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Tuesday, March 31, 2009

Grandes cuentos chilenos del siglo XX



Antología del crítico Camilo Marks, editada en Chile, 2002.



ALVARO MATUS ©

(Tomado de http://www.quepasa.cl/revista)



Las cosas por su nombre: en nuestro país no hay cuentistas de la talla del uruguayo Juan Carlos Onetti, el argentino Julio Cortázar o el peruano Julio Ramón Ribeiro. Ni hablar de un Borges o un Rulfo. Así piensa Camilo Marks, crítico literario por más de 15 años y compilador del libro Grandes cuentos chilenos del siglo XX, que acaba de salir a la venta y donde este abogado y especialista en literatura inglesa se la juega por autores poco divulgados o francamente olvidados. Es el caso de Marta Jara, Fernando Josseau o Francisco Rivas, que figuran con naturalidad al lado de José Donoso, Francisco Coloane y Baldomero Lillo. Para Marks, los cuentos aquí recopilados resisten el paso del tiempo y, "a pesar de que no tenemos grandes cuentistas, hay piezas notables y sobresalientes".

Uno de los criterios importantes de la antología fue elegir textos poco recopilados, difíciles de encontrar en librerías y bibliotecas. Por ejemplo, en vez de tomar "El ciclista del San Cristóbal", de Antonio Skármeta, se optó por "El entusiasmo", que está en el primer libro de este autor. Además, se consideró sólo a escritores editados o publicados en Chile, dejando fuera relatos de innegable calidad, como los de Luis Sepúlveda y Roberto Bolaño. Por problemas de derechos de autor no se pudo incluir a María Luisa Bombal, Manuel Rojas, Guillermo Blanco, Oscar Castro y Olegario Laso. Y falta también el premiado José Miguel Varas. "Los Cuentos Completos de Varas salieron cuando el borrador de este libro estaba listo. Sus relatos no estaban en ninguna parte, salvo en la colección Crónicas de Ciudad, pero me parece que lo mejor de él es anterior a eso", explica este crítico que, cuando de placer se trata, lee poemas de Withman, Coleridge, Blake y Baudelaire. Y claro, cuentos de Maupassant, Chejov y Chesterton. "Cosas seguras", precisa.


— Además de la lengua, ¿hay elementos comunes entre los cuentistas de tu antología?


— Diría que la visión fatalista y circular, que se ve desde Baldomero Lillo y Marta Brunet. También hay una crítica muy dura de la burguesía, presente en cuentos como el de Couve, Donoso y Marta Jara, aunque esta última se refiere más a la clase media—baja. Es una visión crítica de la sociedad y la cultura. Pero aparte de eso, diría que son bastante diversos.


— ¿Por qué dices que en Chile no hay grandes cuentistas?


— Desgraciadamente uno compara con los argentinos o peruanos, como Fernando Ampuero —no el Ampuero chileno, por supuesto— o el mismo José María Arguedas. Si uno se mira en relación a ellos, no se puede hablar de grandes cuentistas, aunque hay relatos muy buenos.


— En el fondo, ¿tenemos buena prosa?


— Antes se pensaba que como teníamos buena poesía no teníamos muy buena prosa. Además, si se considera la literatura del boom, con Vargas Llosa, Carpentier o Fuentes, la novela chilena no parece a la misma altura. Donoso, considerado escritor del boom, no es comparable: sus mejores novelas —Coronación, Este Domingo y El lugar sin límites— fueron anteriores. Y después se puso pretensioso y se echó a perder. Hay buenos novelistas, como Rojas o González Vera, pero en el conjunto latinoamericano, nuestra literatura es más cerrada, provinciana y autorreferente.


— ¿Cómo definirías un buen cuento?


— Una historia original, breve y con un mundo, que puede ser claustrofóbico o abierto, pero con tensión y sorpresa, una vuelta de tuerca. En el cuento no se puede divagar, no se pueden incluir ensayos, como lo hizo Tolstoi en La Guerra y la Paz, o incluir novelas subordinadas, como en El Quijote.


— Borges escribió que en el cuento las palabras "hay que oírlas, no leerlas". Creía que los relatos podían contarse en voz alta, no así la novela, donde el "interlocutor" se distancia. ¿Qué opinas de esto?


— Muchas de las cosas que decía él eran tan ingeniosas que no queda más que leerlo. Pero estoy de acuerdo sólo en parte. El género por esencia para leerse en voz alta es la poesía, aunque de alguna forma el cuento puede leerse bien en voz alta y algunas novelas también. Creo que un cuento es bueno cuando, además del oído narrativo, acerca al lector al resto de la producción del autor.


— ¿Hay escritores chilenos con oído narrativo?


— Sí, fundamentalmente en la primera mitad del siglo pasado, de esa época en que se leía en voz alta y se socializaba la literatura. En los cuentos modernos es más difícil porque ya no se comparte la literatura. Además, creo que el taller literario es una experiencia que tiende a uniformar los estilos.


— Al parecer, hoy se editan más novelas porque el cuento es menos comercial. ¿Cómo ves este fenómeno?


— Se editan muchos cuentos por encargo y yo creo que esas antologías son buenas cuando se producen en ciudades cultas, como Madrid o Londres. Pero aquí se han publicado antologías de los pecados, los políticos, las sicosis. El motivo por el que se editen más novelas no lo tengo claro, pero yo diría que Collyer es mejor cuentista que novelista. Entonces, pedirle novelas porque se venden más me parece un error. Lo mismo con Ana María del Río, cuyos cuentos son mejores que sus novelones más o menos incomprensibles.


— Siempre está la tentación de establecer una relación entre ficción y realidad. ¿Intentaste esbozar un panorama del Chile del siglo XX?


— No. Sólo tenía la idea de sacar del aislamiento a algunos escritores y, por otro lado, que la gente lea algo más.


— Pero hay aspectos de nuestra historia que quedan reflejados en estos cuentos, como la religiosidad, la política o las clases sociales.


— Sí, esos elementos están, pero quizá lo más presente es la relación campo—ciudad. De ahí viene la portada, que muestra cómo la ciudad se va adueñando de todo. Creo que en los cuentos de la primera mitad del siglo se nota un país provinciano. En los de Fuguet, Collyer o Contreras, en cambio, el ambiente es completamente urbano.


— ¿Y por qué no incluiste a narradores más jóvenes?


— Son francamente malos. Alejandra Costamagna empezó bien, pero ahora pretende ser intensa y dramática. Nona Fernández es muy mala: caca, poto, teta... no sé, una cosa muy escatológica. Hay un divorcio entre los escritores que empezaron a publicar a comienzos de los '90 y los de ahora. Yo diría que al comienzo de la década pasada se publicó una docena de novelas bastante buenas.


— ¿Cómo aminoras el riesgo de que se te tilde de arbitrario?


— Yo no tengo problema con que se me tilde de nada. Elegir entre un gran número de cuentos implica, más que capricho, una opción que me parece legítima. Elegí pensando en cuentos atractivos para el público, porque si pongo a la Andrea Jeftanovic, Diamela Eltit o Guadalupe Santa Cruz, la gente huye despavorida y no lee más en su vida. Pero me tiene sin cuidado ser arbitrario.

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