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Sunday, September 09, 2007

5 de Junio del 2007


La carta inquisitorial a la ministra de Cultura

por Javier Campos

Chilepoesía, institución privada que dirige el poeta José María Memet, me envió un e-mail el 14 de junio para que firmara una carta de “los escritores chilenos” en protesta al Consejo del Libro y entregada a la Ministra de Cultura este 18 de junio.

El comienzo de la carta es alarmante y falso, especialmente toda la primera oración: “Chile vive la peor crisis cultural de su historia: tal vez por primera vez se debería afirmar que el país no tiene proyecto cultural y que su masacrítica, creativa y artística, está sujeta a los vaivenes de la mediocridad, del oportunismo y de la corrupción. Los escritores firmantes de esta carta creemos, digna y éticamente, que es necesario proponer al país un amplio debate que busque una salida a la grave crisis en que se encuentran las grandes mayorías de la sociedad chilena y para salir de su estado de permanente infelicidad”.

Pero a parte de eso, el punto 7 de la carta llega a los extremos inquisitoriales. Piden “la cabeza” (removerlo de su cargo o enviarlo a una oscura oficina burocrática como castigo) del director del Consejo del Libro, el escritor e intelectual Jorge Montealegre. Textualmente dice la carta en el punto 7: “Finalmente, para reestablecer confianzas y para inaugurar un nuevo proceso de diálogo serio, sano y responsable, es que creemos que Jorge Montealegre (Secretario Ejecutivo del Fondo) debe renunciar o ser removido de su cargo, pues ni ayer ni hoy ha dado garantías de imparcialidad".

El punto 7 me recuerda a los gobiernos dictatoriales sean estos militares, fascistas o comunistas. El de remover de sus cargos a intelectuales y escritores enviándolos a oscuras oficinas burocráticas como castigo. ¿Acaso el GULAG soviético era una mentira que no se quiere recordar, incluso por escritores de izquierda? ¿Acaso el envío de intelectuales, escritores “antirrevolucionarios” y homosexuales fue una falsedad entre 1965-1968 quienes eran castigados en los nefastos campos de concentración para ellos en Cuba llamados UMAP (Unidades Militares para la Ayuda a la Producción) del cual el escritor Reinaldo Arenas, entre muchos, denunciaron en sus obras? (véase el film “Conducta impropia”, 1984, de Néstor Almendros)

El punto 7 de esta carta inquisitorial lleva pues la clara denotación de arrasar contra “intelectuales y escritores (Jorge Montealegre es ambos) que se portan mal en un gobierno”. Los firmantes de la lista tienen su derecho de protesta sin duda, así como otros escritores (en este caso el que escribe esta columna) tiene el derecho a la réplica y a la opinión diferente. Estamos pues en un régimen democrático en Chile con libertad de expresión. Pero con toda seguridad, esa carta escrita en Cuba en estos momentos, criticando abiertamente la política cultural del gobierno y del Ministerio de Cultura, sería impensable (Véase mi columna “La vida de los otros en Cuba”). Igualmente en Venezuela, en estos mismos instantes, aquella carta sería igualmente inaceptable por la reacción despótica que tendría luego la respuesta de Chávez (véase en Youtube los muchos videos que contradicen “la revolución cultural socialista bolivariana” del gobierno de Chávez).

Pero la carta menciona ese punto con que se inicia la protesta y que mencionamos al comienzo de esta columna. La negación absoluta de que desde los gobiernos democráticos después de la dictadura: “…por primera vez se debería afirmar que el país no tiene proyecto cultural y que su masacrítica, creativa y artística, está sujeta a los vaivenes de la mediocridad, del oportunismo y de la corrupción.”. Se puede estar en desacuerdo con muchas cosas de la política cultural de todos los gobiernos después de Pinochet, incluido el actual, pero es desproporcionadamente injusto, por falsedad histórica, asumir y reafirmar que nada han hecho en asuntos de cultura todos esos gobiernos desde el término de la dictadura.

Si no fuera por la política cultural de esos gobiernos -y esto es un hecho y no una mera opinión subjetiva- sería improbable que un centenar de escritores y escritoras de Chile, por ejemplo, hubieran tenido la posibilidad de publicar su primer o segundo o tercer libro (poesía, novela, cuentos, ensayos, estudios críticos, investigaciones, etc.). Pero no sólo eso, sería improbable que su libro fuera comprado por alguna institución cultural del gobierno a la editorial que lo publicó (Lom, Ril, etc.) en centenares de ejemplares (que a su vez cierta cantidad de dinero va al autor por aquello) y los distribuyera a cientos de bibliotecas públicas de todo el país. No sólo su obra fue premiada, recibió dinero por el premio, sino que pudo ser publicada y está siendo leída continuamente por quién sabe cuantos miles de personas por todo el territorio chileno. ¿Es eso, según la carta mencionada, afirmar de que “el país no tiene proyecto cultural y que su masacrítica, creativa y artística, está sujeta a los vaivenes de la mediocridad, del oportunismo y de la corrupción"?

Los firmantes quizás no saben, o quizá sí, cómo están muchos países en el resto de América Latina y el Caribe en política cultural. Ni se asemejan a lo que ha hecho la política cultural chilena respecto a preocuparse para que el escritor o escritora chilena tenga un acceso a que su obra se conozca objetivamente (promoviendo concursos, ayudando con una cantidad apreciable en dinero como ayuda de su publicación, difusión de su obra por todo el país en bibliotecas públicas, etc.). He estado en muchos países de América Latina (América Central y El Caribe) en Festivales Internacionales, conversado con muchos escritores, escritoras, y puedo asegurar objetivamente que lo que hace Chile con su política cultural es un sueño para esos escritores jóvenes y no tan jóvenes de El Salvador, Guatemala, Honduras, Cuba, Nicaragua, etc.

Termino con una anécdota personal. En 2003 publiqué en la editorial RIL mi libro de cuentos “La mujer que se parecía a Sharon Stone”. Ese libro ganó mención honrosa en 2004 en el Premio Municipal de la I. Municipalidad de Santiago, Chile. Ese mismo año apareció el concurso del Fondo del Libro para obras publicada en 2004. El premio era que si el libro era seleccionado, el Fondo compraría muchos ejemplares a RIL y luego los distribuiría a diferentes bibliotecas públicas del país. Yo envié contento mi libro al concurso. Pues no ganó nada. Ni siquiera creo fue seleccionado. En todo caso acepté el fallo y ni por nada se me ocurrió escribir una carta a Jorge Montealegre o a la Ministra de Cultura con mucha arrogancia diciéndole lo siguiente (como he leído a algunos escritores/as que han escrito a la Ministra entre los firmantes de la carta mencionada): "Mire, yo soy escritor reconocido en Chile y en el extranjero… mire, este libro fue premiado por la I. Municipalidad de Santiago…etc. etc...”

Para mí, la enseñanza final de mi historia es que al participar en cualquier concurso (y he participado en muchos tanto nacionales como internacionales) es arrogancia asumir que nuestra obra, que participó y no ganó, debió ser juzgada como una “definitiva obra de arte”. Además que “ha sido la incapacidad del jurado y la culpa de la nefasta política cultural del gobierno y que el país no tiene proyecto cultural y que su masa crítica, creativa y artística, está sujeta a los vaivenes de la mediocridad, del oportunismo y de la corrupción”. “Por eso” -y con más arrogancia terminaría mi carta de escritor resentido- “el jurado no vio allí la calidad excelsa que era mi obra inédita recién publicada y premiada”.
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Javier Campos es chileno residente en EE.UU. Poeta, narrador, académico en una universidad jesuita de aquel país.
Fuente: El Mostrador.cl

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