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Saturday, August 01, 2009



Jóvenes novelistas de Chile

Tienen menos de 25 años. Estaban en el colegio cuando leyeron a Roberto Bolaño y los marcó a fuego. No les gusta la literatura chilena de los 90 y son la parte visible de una narrativa secreta que respira en la web.

por Roberto Careaga C. - La Tercera

No hace mucho, Maori Pérez tuvo un sueño: era parte de una nueva narrativa chilena. Pertenecía a una escena premiada y luminosa, la indiscutible generación de recambio de las letras locales. "Pero la vida no es un sueño. Hay que despertar", dice en el segundo piso de un bar del centro, en la calle Monjitas. Tampoco la vida es una pesadilla: Pérez, de 22 años, acaba de lanzar su primera novela, Diagonales, y sentados en su misma mesa hay dos narradores tan jóvenes como él: Diego Zúñiga, de 21, y Felipe Becerra, de 23. No es una escena onírica, hay botellas de cerveza vacías y colillas de cigarro, pero puede que en esa mesa esté una sinopsis de lo que será en pocos años la literatura contemporánea en Chile.

Son novatos. Debutantes. Aún no terminaban Los detectives salvajes cuando murió Roberto Bolaño. Todavía no salían del colegio y quedaron marcados por su férrea ética literaria. Creen que en los 90 en Chile se escribieron libros burgueses. Sin sangre. Discuten por Alejandro Zambra, la ineludible figura de menos de 40 años de la literatura actual. Les interesan los narradores opacados por el Boom. Y la narrativa norteamericana. Piden por favor que no los confundan con la Novísima Poesía Chilena, liderada por Héctor Hernández. Sus nombres corren por la escena como promesas por descubrir. Hay que leer Bagual, la novela de Becerra; esperar el libro que publicará Zúñiga por La Calabaza del Diablo e ir por lo nuevo de Pérez, pues en sus cuentos de Mutación y registro (2007) había algo inesperado. En algo se parecen, pero cuando escuchan la palabra generación ponen el freno: "Andar hablando de grupos es perder el tiempo que se puede dedicar a escribir", dice Becerra.

Podría ser algo. La punta de un iceberg que se mueve extraoficialmente por internet. No les interesan las grandes editoriales, no tienen nada que ver con la Nueva Narrativa de los 90 y escriben en blogs. Puede que tengan una vocación "guerrillera", como dice Pérez. Como Daniel Hidalgo (25), que publicó Barrio miseria 211 en la editorial Animita Cartonera el año pasado y no tiene idea si se vende en Santiago. Son 47 páginas sobre el narcotráfico marginal en una población de Valparaíso. Nihilismo, miseria y realidad. Hidalgo, profesor de Castellano, no sabe si se parece a los protagonistas de este artículo.

EL LANZAMIENTO


Pocos días después de las cervezas en Monjitas, Becerra llegó a un bar de Plaza Ñuñoa al lanzamiento de Diagonales, organizado por Cuarto Propio. También estaba ahí Zúñiga. Enfundado en su look grunge desgarbado, Pérez, lector de Philip K. Dick, se movía entre la gente aceptando felicitaciones. En Diagonales, una novela pop, fragmentaria y algo histérica, un grupo de personas avanza en metro en un viaje expreso hacia la muerte. El lector se enterará más tarde que se trata de una película que otros ven e intentan comprender. Hay suicidas, pokemones, niñas perdidas, poetas y, a ratos, la mezcla se parece a Caja negra, de Alvaro Bisama.

Pérez, estudiante de pedagogía en Inglés, prefiere otras referencias: Gantz, un manga japonés de ciencia ficción, y el viaje en taxi que cierra la novela Bonsái, de Zambra. En Diagonales, un taxi recorre paralelamente toda la trama. La referencia es prácticamente directa: "Al final de Bonsái el personaje le pide al taxista que avance, para adelante, para atrás o en diagonales. Ahí lo empecé a amar", dice. "Zambra es triste, tierno y rabioso. Y también es milagroso".

Becerra, un delgado y tímido ex poeta licenciado en literatura en la UC, no está de acuerdo. A fin de año lanzará su segunda novela, Ñachi, al alero de Sangría, la editorial independiente de Carlos Labbé. No le gustó nada Bonsái. "Está pensado para un lector que va a ir al Drugstore a comprar el libro", reprocha.


Lector de Lezama Lima y Severo Sarduy, Becerra tiene un plan: "No quiero escribir un libro que le caiga bien a todo el mundo". Bagual, sin embargo, tiene pocos detractores. Tampoco ha tenido muchos lectores. Publicada por la editorial peruana Zignos, ganó el 2006 el premio de literatura juvenil Roberto Bolaño en la categoría de novela. El mismo año, Becerra también recibió el premio en la categoría de cuento.

PESADILLAS EN EL NORTE


Bagual es pesadillesca. Desierto de Atacama, 1980: un carabinero y su esposa se distancian en el pueblo de Huara. Acecha una sombra, él tiene un ataque de escritura, ella quiere escapar, pasó algo terrible, la dictadura opera en las cercanías, desde alguna parte hablan unos niños, la locura está en camino. De fondo, resuena lo monstruoso de José Donoso y lo más retorcido de Diamela Eltit. Como Diagonales, la novela de Becerra no es tradicional. Pero Bagual no se parece a nada de lo escrito por Maori Pérez. Tampoco a Malasia, el libro con que Diego Zúñiga ganó el premio Bolaño el 2008 en la categoría de novela.

Como Bagual, en Malasia también la dictadura se experimenta en el desierto. La trama es otra: de pronto alguien sabe donde está un escritor chileno talentosísimo oficialmente perdido o muerto. Lo van a buscar. "Era muy adolescente", dice Zúñiga, quien ahora está terminando periodismo en la UC. No lo dice, pero cree que puede haber una nueva escena literaria. Al menos él ayuda a inventarla: conduce Snob, programa de literatura en la radio de su escuela, y dirige el sitio cultural 60watts.net. Hoy entregaría su nueva novela, Camanchaca, a Calabaza de Diablo. Allí un joven viaja en auto desde Santiago con su padre a Tacna para que le arreglen los dientes. En el camino sabrá que su padre mató a su tío.

BOLAÑO, LOS DEMAS, NOSOTROS


A Zúñiga le gusta Mario Levrero, Rodrigo Rey Rosa, además de los norteamericanos. De Chile, Adolfo Couve y la poesía, pero de la década pasada, nada: "En los 90 hubo una literatura plana. No hay ningún personaje memorable", asegura. Pasó que leyó a Bolaño. Y le creyó. "Si lo lees a los 17 y estás escribiendo, dices: 'Esto es lo que yo quiero hacer el resto de mi vida'", asegura. Becerra complementa: "Quizás qué hubiera estudiado yo si no lo hubiera leído a esa edad". Una del fan Maori: Juan Walker, sentido homenaje y reescritura a Los detectives salvajes en siete páginas.

Según ellos, Bolaño los obligó a ser lectores. Les heredó su gusto. No rescatan la Nueva Narrativa. "Leí un par de cuentos de Collyer y no pude seguir", dice Becerra. A Zúñiga le gusta el Gumucio de Memorias prematuras, pero Becerra pide "raptarlo y llevarlo a una población" y Pérez lo apoya. Valoran el riesgo de Carlos Labbé. Les interesa Claudia Apablaza. Pérez cree que Bisama es un "muy neo conservador". Sólo a Zúñiga le gusta Alberto Fuguet, pero el actual.

No siempre están de acuerdo. A veces coinciden. "Ninguno de nosotros piensa que vamos a ganar plata con nuestros libros", dice Zúñiga. "Pero aunque lo que escribas no le vaya a gustar a nadie, hay que arriesgarse, fracasar y seguir", agrega Becerra. Y vuelven a decir que no son una nueva generación. Aún no. "Siempre tenemos la posibilidad de desaparecer", dice Maori Pérez en el bar de Monjitas, donde se juntaron los tres por primera vez.

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