Comentarios literarios

Literatura en TV

Wednesday, March 11, 2009

Letras Libres, revista que se edita en México y España, publica en su edición de Febrero un artículo escrito por Mario Vargas Llosa - que recomiendo de la primera a la última letra y está aquí - titulado La civilización del espectáculo y anunciado como «una durísima radiografía de nuestro tiempo». Más que eso, el artículo de Vargas Llosa se enfrenta a la cultura y a la política y expone como telón de fondo la suma de todos los puntos débiles por donde se fueron frivolizando la literatura, el cine y las artes plásticas, entre otros, aunque el tema central del artículo sea realmente la banalización de la información y el periodismo.

Primero, Vargas Llosa aclara qué quiere decir con civilización del espectáculo: «La de un mundo en el que el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda. Sólo un puritano fanático podría reprochar a los miembros de una sociedad que quieran dar solaz, esparcimiento, humor y diversión a unas vidas encuadradas por lo general en rutinas deprimentes y a veces embrutecedoras. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias a veces inesperadas. Entre ellas la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, y, en el campo específico de la información, la proliferación del periodismo irresponsable, el que se alimenta de la chismografía y el escándalo.»

Sobre esta definición de lo que es civilización del espectáculo, Vargas Llosa reflexiona a lo largo de todo el artículo sobre un mismo tópico: la raíz con la que nació el periodismo del que somos testigos y consumidores actualmente y la razón que tienen los medios de comunicación para privilegiar el entretenimiento fácil en sus contenidos. El artículo es bastante extenso y no sobra agregar que exhausto y lúcido. Sin embargo, de todo lo expuesto por el autor de Conversación en la Catedral, destaco aquél fragmento en que su dardo cae sobre la literatura: «No es por eso extraño que la literatura más representativa de nuestra época sea la literatura light, es decir, leve, ligera, fácil, una literatura que sin el menor rubor se propone ante todo y sobre todo (y casi exclusivamente) divertir. Atención, no condeno ni mucho menos a los autores de esa literatura entretenida pues hay, entre ellos, pese a la levedad de sus textos, verdaderos talentos, como –para citar sólo a los mejores– Julian Barnes, Milan Kundera, Paul Auster o Haruki Murakami. Si en nuestra época no se emprenden aventuras literarias tan osadas como las de Joyce, Thomas Mann, Faulkner y Proust no es solamente en razón de los escritores; lo es, también, porque la cultura en que vivimos no propicia, más bien desanima, esos esfuerzos denodados que culminan en obras que exigen del lector una concentración intelectual casi tan intensa como la que las hizo posible. Los lectores de hoy quieren libros fácilmente asimilables, que los entretengan, y esa demanda ejerce una presión que se vuelve un poderoso incentivo para los creadores.»

No creo que Murakami, por ejemplo, sea un autor tan light como bien Vargas Llosa lo dice, pero coincido plenamente en que la cultura quiere espectáculo, vive de bombas y fuegos artificiales que sólo son provocados por jugosos escándalos, material barato, polémica innecesaria. Me pregunto. como se preguntaba sobre el Perú el inolvidable Zavalita, protagonista de Conversación en la Catedral, en qué momento se jodió la literatura. Yo no creo que se haya jodido con la masificación de la lectura sino con la pérdida del gusto. Lo malo no es que la gente lea mucho, sino que lee pésimo, no se trata solo de que los artistas estén desmotivados y que los creadores se vean presionados por la cultura del espectáculo, del facilismo y de la consumición liviana: también los lectores están cada vez más torpes, poco exigentes, condescendientes. El lector ya no quiere pensar en lo que lee, ni le interesa reflexionar, menos criticar. Incluso hablar de lector ya es sospechoso, ¿no será más bien que de un tiempo acá sólo hay masas de consumidores de libros?

Voy a casas de bibliotecas que están pobladas de la «novedad» editorial del momento: las novelas históricas, o de esas fantasías de poca monta con niños magos, vampiros cool, o de esos recopilatorios de reflexiones desabridas sobre hombres que se buscan y se pierden (cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia). Recuerdo que por el tiempo en que estaba en furor El código Da Vinci, un amigo me lo ofreció como si fuera un tesoro: léete esto, ¡te va a encantar!, me dijo muy entusiasmado. Pasadas unas cuantas páginas, me preguntaba si esos misterios mal contados en torno a Da Vinci podrían entusiasmarme más que la antología del horror y el misterio que reposaba sobre mi escritorio y que reúne autores como Edgar Allan Poe o a Guy de Maupassant.

Es una pena que no se emprendan las aventuras literarias de las que habla Vargas Llosa y que los autores más bien se busquen aventuras comerciales en torno a escribir. Pero como siempre, una esperanza queda guardada: que los lectores de alguna forma no caigan en el juego del mercado. Que el lector se atreva también a emprender una aventura literaria personal: la exigencia.

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