Comentarios literarios

Literatura en TV

Monday, August 06, 2007

Las cajas del Cervantes

Jorge Edwards

Jorge Edwards
Escritor
Observé con interés el viaje de la Presidenta Bachelet a dos o tres países del norte de Europa. Es posible, debido a nuestra geografía, a nuestra economía, al tamaño de nuestra población, que tengamos afinidades con Finlandia, con Noruega, con Irlanda. Mi opinión personal es que tenemos uno que otro punto en común y abismales diferencias. Pero no está mal que coloquemos a esos países, a esas sociedades avanzadas y cultas, dentro de nuestros horizontes mentales. Y a propósito de ese viaje, supe que un miembro de la comitiva chilena le preguntó a un grupo de empresarios y economistas finlandeses por las razones del reciente y rápido crecimiento de su país. El que hacía la pregunta creía que la caída de la Unión Soviética había permitido que Finlandia se liberara de su dependencia del bloque comunista y pudiera establecer las bases de una economía moderna. La respuesta fue digna de una reflexión detenida. El desarrollo de nuestro país, dijeron los finlandeses, es el resultado de un proceso largo, que viene de muy atrás y que involucra a muchos sectores, a muchos aspectos de la vida finlandesa. Piensen ustedes en una sola cosa: en la Finlandia de hoy existen 23 orquestas sinfónicas profesionales.

El hombre de la pregunta era, desde luego, una persona civilizada, reflexiva. Otro habría contestado: ¿y qué tienen que ver las orquestas sinfónicas? Pues bien, las orquestas sinfónicas tienen que ver. Es muy extraño que el desarrollo económico de un país no coincida con un desarrollo paralelo de la educación. Y no hay progreso de la educación sin un progreso cultural simultáneo. Son asuntos que forman parte, por así decirlo, de un mismo entramado, de un mismo tejido. Y el fenómeno se repite en viejas culturas, como la de Irlanda o la de Noruega, y en economías emergentes como la de Australia. Todos hemos visto alguna fotografía del edificio de la ópera de Sydney, pero pocos se han detenido a pensar acerca de su fuerza simbólica: uno de los emblemas de la Australia moderna es la arquitectura avanzada de un edificio dedicado a la música. Ese símbolo vale más que un canguro, más que un conjunto de rascacielos, más que el interior de una fábrica, por muy moderna que sea su tecnología.

El avance paralelo de la economía y de las artes y la cultura es una vieja historia, que ya provocaba polémicas en la Francia de Luis XIV e incluso antes. Si miramos el fenómeno con algo de perspectiva, vemos que todos los países de la Europa moderna tuvieron un desarrollo paralelo, económico, educacional y cultural, más o menos parecido. No es casual, por otro lado, que el formidable impulso de la Norteamérica del siglo XIX haya estado acompañado por la aparición de escritores extraordinarios, desde Walt Whitman, Edgar Allan Poe y Emily Dickinson, hasta Herman Melville y Nathaniel Hawthorne. Escribían contra la corriente masiva, mayoritaria, de su tiempo, pero a la vez encontraban notables apoyos en el interior de ese mundo. Sus contemporáneos escapaban de Edgar Poe, personaje atrabiliario, violento, alcohólico, pero en años recientes aparece un millonario y compra su tumba en Baltimore. Las tumbas, que yo sepa, no dan dividendos, pero no tienen menos fuerza como emblemas que la ópera de Sydney.

He seguido la polémica de estos días sobre la distribución de las ayudas estatales a los escritores. Podría confesar que la he seguido con una sonrisa, pero también con algo de pena. ¿Conciben ustedes que el joven Pablo Neruda, por el hecho de haber ganado el premio de la Federación de Estudiantes de su época con La canción de la fiesta y de haberse instalado a vivir en Santiago, en la calle Maruri, haya tenido dificultades para ganar otros premios? De hecho, fue designado cónsul en el Extremo Oriente a los veintitantos años de edad, sin demostrar habilidades especiales para timbrar facturas consulares o pegar estampillas, y obtuvo el Premio Nacional de Literatura a los cuarenta y pocos años. Y en el caso de Gabriela Mistral, todos deberíamos celebrar hoy que don Pedro Aguirre Cerda, en los primeros tiempos del Frente Popular, le haya conseguido un cargo de cónsul vitalicio de Chile en el lugar que ella escogiera. No eran situaciones contempladas en leyes o decretos. Uno, en este momento, tiene la impresión de que ese país, el del joven Neruda, el de la Mistral, el de muchos otros, tenía la capacidad de reconocer a sus valores más destacados, y que el país de hoy, por lo menos en materias de cultura, perdió el rumbo. Y agrego algo de mi propia cosecha: si perdió ese rumbo, el del reconocimiento, el del gusto certero, el de la aceptación de valores superiores, no es fácil que consiga acceder a una forma moderna de desarrollo. Todo comienza en la mente humana, y ocurre que nuestra mente nacional adolece de lagunas serias. Algunos de nuestros fracasos recientes provienen de no saber anticipar, prever, reflexionar en forma correcta, sin hacerse ilusiones, sin caer en el exceso de facilidad. No quiero entrar en mayores detalles, pero si había que construir seis mil y tantos paraderos de buses y descubrimos, a la primera lluvia, que se había construido la mitad o menos de la mitad, resulta que fallamos en la reflexión inicial, en las premisas. Nicanor Parra dice que había que nombrar a Sebastián Piñera en lugar de René Cortázar. Yo no estoy tan seguro. Yo creo que el propio Nicanor Parra, más bien, antipoeta y matemático, lo habría hecho mejor. Porque habría pensado mejor. Y habría puesto en todo el proyecto un ingrediente de picardía y hasta de alegría.

Volviendo a la famosa distribución de fondos, estoy de acuerdo con la idea general de ayudar a los escritores de provincia y también con la de favorecer a los que comienzan, pero el criterio central es y tiene que ser otro: el de ayudar a la creación literaria de calidad en un país donde la vida cultural es débil, mezquina, poco estimulante. Frente a eso, después de conocer cada día más detalles, compruebo que la repartición de las ayudas del Fondo del Libro no favoreció a ninguno de los escritores interesantes del Chile de ahora. No es que hubiera algún tipo de equilibrio entre las regiones y la capital. Hubo una notoria denegación de todo apoyo a los pocos escritores que ahora trabajan en Chile, que han producido libros de calidad y que están en condiciones de seguirlos produciendo. Ahora bien, la literatura de calidad no es una cuestión de estadística. Es un bien escaso, el resultado de un trabajo intenso unido al talento, y ninguna política cultural puede ignorar el problema de fondo. Salvo que no sea una política, sino una politiquería, una vulgar repartija.

En el Chile de ahora, la noción misma de la literatura, del arte, del pensamiento es débil, casi inexistente. ¡Qué lejos estamos de las 23 orquestas sinfónicas de Finlandia! Hasta la noción de los premios, del estímulo a los creadores, pensadores, artistas me parece equivocada. El premio, aquí, no es parte de una acción cultural vigente y permanente. Es algo parecido a una jubilación. Es decir: te damos un premio y pasas a retiro, les dejas un espacio a los otros. El premio es una lápida. Lo digo porque acabo de recibir una carta del Instituto Cervantes. El instituto está atento a todo, buscando que la obra de sus escritores consiga una proyección constante y universal. Un día pide una conferencia en alguna de sus sedes. Otro día inaugura una biblioteca. Otro día inventa otra cosa. De acuerdo con esta concepción, un premio debe tener un seguimiento, una presencia en la literatura, una consecuencia. He transmitido esta idea a los autoridades de la cultura chilena, pero me han hecho, como ustedes se podrán imaginar, poco caso. En la carta que he recibido ayer o anteayer, el director del Instituto, el poeta y ensayista César Antonio Molina, me habla de una nueva iniciativa. El Instituto Cervantes, que ahora funciona en el edificio de un viejo banco de Madrid, ha decidido destinar una de las bóvedas de ese antiguo banco a conservar los legados de escritores de la lengua española. Esto significa que al escritor le entregan una caja blindada y que ahí puede depositar un manuscrito, unas páginas de diario, unas fotografías, lo que se le ocurra, y pedir que sean abiertos veinte o cincuenta años después de su muerte. Es un legado suyo a la posteridad. Dos autores que ya obtuvieron el Premio Cervantes, Francisco Ayala y Antonio Gamoneda, notable cuentista y ensayista el primero de ellos, poeta excepcional el segundo, ya entregaron sus cajas con sus papeles. Otros harán algo parecido en los días que siguen. A mí, en estos días, el Instituto Cervantes de Beirut, la capital del Líbano, me pide que viaje a dictar un ciclo de conferencias. Es la literatura vista como vida, como expresión de una sociedad, como cultura y pensamiento en acción. Nuestras instituciones culturales, entretanto, divagan y organizan guitarreos varios. Parece un chiste malo. Pero resulta que la cultura, la literatura, la música, las orquestas sinfónicas no son ninguna broma. Son una cuestión muy seria. Y son un artículo de primera necesidad, como el pan y el agua. Si no aprendemos eso, si eso no entra en el nervio, en la sangre, en la conciencia íntima de nuestra sociedad, el porvenir nuestro es incierto. Muchos se reirán de lo que digo, pero hay que pensar en los que ríen último y en los que al final no tienen más remedio que llorar.




Posteado por La Segunda a las 05:06 PM Comentarios (8)



COMENTARIOS

Que lastima que no hayan nombrado al Sr. Edwards como Ministro de Cultura!! Ahi podriamos tener al Jack Lang que tanto necesitamos!!!!

Posteado por:
Cirilo Vergara (Junio 21, 2007 07:36 AM)




Excelente articulo Sr. Edwards. Sin ser Ud. economista ni estar dedicado a los temas del desarrollo económico ha captado de manera magistral, lo que otros deberían captar y eso es la mutua relación entre cultura y economía. Puede que ahora algunos entiendan que para el desarrollo de Chile se necesita mezclar todos los ingredientes, pero de manera inteligente (ahí podríamos tener problemas).
Cuando fue la última vez que la CPC, Sofofa, CEP u otra organización así invitó a escritores y artistas a uno de sus encuentros. O la última vez que el gobierno organizó encuentros en que participan empresarios y artistas. En lo que aquí nadie se pierde es en mezclar la política con los negocios. Nunca nadie ha dudado de ello y nadie quiere llegar tarde. Sin embargo, en Londres por ejemplo es frecuente que el Gobierno facilite el encuentro entre cultura y negocios porque ambos aunque de diferentes maneras se retroalimentan entre si. Más aún en la sociedad de la información, en que muchos de los bienes tienen conexión con la cultura (diseño, música, juegos, películas, deportes, etc.,). Hace rato que se descubrió el circulo virtuoso entre cultura y economía. Cuando nos enteremos, los países desarrollados ya estarán en otra. Y seguiremos como siempre llegando tarde y a medias.


No comments:

Entrevista a Herta Muller

Gelman en recital

Poema de Juan Gelman

Benedetti