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Literatura en TV

Friday, February 13, 2009


POBREZA Y LITERATURA


Hacia una lectura desde la basura

mandragora cartonera
http://mandragorac.blogspot.com

Escrito por
Iván Castro Aruzamen

Para José Martí, la verdad, se devela mejor a aquellos que padecen necesidades. “¡Son como siempre los humildes, los descalzos, los desamparados, los pescadores, [los cartoneros] los que se juntan frente a la iniquidad hombro a hombro y echan a volar, con sus alas de plata encendidas...!” Sin embargo, la pobreza es un “escándalo y contradicción” (Puebla 28). De cara a este flagelo para millones de latinoamericanos, se hace urgente articular desde la polifonía de nuestras culturas, una opción radical, hacia la liberación integral. Nuestras culturas en América Latina han sufrido, en los dos últimos siglos, un severo golpe de la revolución industrial (Puebla 417), inspirada por la mentalidad científico –técnica (Puebla 421) y marcada por un secularismo galopante (Puebla 434-435).

El capitalismo y su ideología, tras la caída del muro de Berlín, se ha constituido en una amenaza seria y permanente para las culturas. No es un secreto que el responsable de tanta injusticia y pobreza, a través de su cultura de muerte y exclusión, sostenida en nuestros países por gobiernos pro-imperialistas, gendarmes de intereses transnacionales, sea el capitalismo. La mano invisible del mercado, arrasa toda posibilidad de generar, proyectos basados en la lógica de la satisfacción de las necesidades básicas (pan, vivienda, educación, salud), que integren a todos en una sociedad donde quepan todos. La exclusión cultural, política, económica y social, es inhumana para inmensos colectivos. Miles y miles viven en la vorágine del submundo de la pobreza, entre cartones, plásticos, latas, y todo tipo de desecho sólido. Bajo ese manto de la miseria, lo que no ha podido subyugar el capitalismo económico, en su estado de desarrollo más salvaje, el neoliberalismo, es el único bien que todavía poseen los pobres: la esperanza; aunque para el cubano Pedro Juan Gutiérrez, autor de la Trilogía sucia de la Habana (Anagrama 2001), los tentáculos del capital, les han despojado a los pobres hasta de este último bien, porque “ellos [los pobres], no tienen esperanza, les ha sido arrebatada”.

La literatura latinoamericana ha sabido con mucho tino recoger y guardar, ese interminable río de esperanza que guardan hombres y mujeres a lo largo y ancho del subcontinente americano. Luis Pagan Rivera, dice, que no es posible acercarse a la narrativa latinoamericana del siglo XX sin tener en cuenta el caudal de esperanza depositado en ella, sino “¿cómo discutir Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo, Las Buena conciencias (1959), de Carlos Fuente, Hijo de Hombre (1955), de Augusto Roa Bastos, Todas las sangres (1964), de José María Arguedas, o Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez, sin analizar la presencia acuciante en las angustias de los seres humanos y sociedades ahí descritos, de la religiosidad cristiana y su intrincada red de símbolos, creencias y ritos, su caudal de temores y esperanzas?”. Ese caudal de esperanza es el que exuda la literatura latinoamericana del siglo XX por todos sus poros. En contraste a este cuadro en el que literatura y realidad, esperanza y pobreza, se hacen eco del dolor y miseria de un pueblo aplastado por élites transnacionales, el poder político y económico, han sembrado desesperanza, desencanto y frustración por doquier. Los más golpeados y desfavorecidos, han sido las víctimas de la historia, aquellos que no han participado, no participan, de la toma de decisiones: los pobres... pobres indigentes, indígenas, afroamericanos, perseguidos y torturados políticos, desocupados, en suma, todos ellos tienen la esperanza destrozada, hipotecada.
Pero, el grito de liberación, ante esta situación de injusticia institucional, estructural, no se dejó acallar y mucho más aún en un continente, de la Esperanza, como lo llamó el papa polaco, Juan Pablo II. Entonces, no es una casualidad, que la cultura literaria latinoamericana del boom y la Teología de la Liberación latinoamericana, hayan surgido simultáneamente en los años sesenta del siglo XX. Obras como El siglo de las Luces (1961), de Alejo Carpentier, La muerte de Artemio Cruz (1962), de Carlos Fuentes, La ciudad y los perros (1962) de Mario Vargas Llosa, Rayuela (1963), de Julio Cortázar, Oficio de Tinieblas (1962), de Rosario Castellanos, Paradiso (1966), de José Lezama Lima, y Cien años de Soledad (1967), de Gabriel García Márquez, entre otras novelas, abonan sentimientos y perspectivas no muy distintas a los escritos de los teólogos de la liberación. Y uno de esos vasos comunicantes, para el diálogo entre Literatura y Teología, pobreza y creación literaria, es la esperanza, como un bien irrenunciable de todo ser humano. Hoy, a principios del siglo XXI, ese encuentro, diálogo, intersección, que ha sido fecundo, desde José Martí, pasando por José María Arguedas, la encontramos -en su esencia- en el cubano Pedro Juan Gutiérrez, el argentino Washington Cucurto, o el boliviano Claudio Ferrufino.

Así nuestra mandragora cartonera y su lectura desde la basura, desde los arrabales del mercado, desde (y con) esos que “carecen de los más elementales bienes materiales, en contraste con la acumulación de riquezas en manos de una minoría, frecuentemente a costa de la pobreza de muchos” (Puebla 1135, nota), busca insuflar esperanza, haciendo del cartón, material de desecho, un vehículo de difusión cultural, con el sello y huella de la narrativa, poesía y ensayo (filosófico, político, social, derechos humanos). De esta forma el movimiento literario, socio-cultural, sin afanes de lucro de las editoriales cartoneras suramericanas, siguiendo esa rica tradición de la literatura latinoamericana, se hacen Esperanza para aquellos, “los pobres [que] no sólo carecen de bienes materiales, sino también, en el plano de la dignidad humana, carecen de una plena participación social y política” (Ibid).

Por esa razón, el movimiento cartonero ancla sus fines y propósitos en la afirmación del ser humano, sujeto viviente y corporalmente necesitado. Práxis y literatura, se abrazan para buscar el reconocimiento de ese otro excluido y marginado. La liberación cultural debe comenzar por el reconocimiento mutuo entre personas, sujetos de derechos y obligaciones comunes, pero mientras se mantenga la brecha de la desigualdad injusta, no hay reconocimiento alguno; y la cara visible de esta disparidad social entre unos (privilegiados) y otros (carentes), para el ecuatoriano, David Sánchez Rubio, “la pobreza es expresión de la negación real del reconocimiento como seres corporales y naturales necesitados”. Los planteamientos centrales, insertos en la lectura desde la basura, arrancan, además, desde un horizonte nuevo, el problema ecológico que genera la basura. La lógica nefasta del sistema dominante de acumulación y organización social, no sólo es causante del empobrecimiento de la humanidad, sino también de la depredación de la naturaleza. Por tanto, hacia una lectura desde la basura, es una respuesta a esa lógica perversa, que genera un régimen de explotación y cruel exclusión. Literatura y práxis, trabajo y difusión, esperanza y cumbia, garantizan un proyecto de vida, un soplo de dignidad elemental: sobreviviencia.

Desde la literatura, bastión y salvaguarda de aquello que no se les puede negar a los pobres, la esperanza, queda encauzar desde los de abajo, diría Mariano Azuela, la dimensión social y política de la liberación. Ignacio Ellacuría, la llamaba “realidad histórica o práxis histórica liberadora”. Ahí, en la realidad que nos trasciende está nuestra lucha a favor de los más necesitados, porque, como afirma Sánchez Rubio, “es en los sucesos de la vida social y en los contextos históricos donde se dan los espacios de lucha a favor de la dignidad humana y, en cuanto que son espacios de lucha social, radica su importancia e interés”. El sujeto cartonero (y como él muchos), es el rostro demacrado y castigado por un sistema que limita la vida humana, al limitar la vida busca minar la esperanza; pues, “el actual sistema capitalista globalizado resulta que limita la capacidad de acción de grandes colectivos, no sólo para que puedan participar en los asuntos públicos, sino también impidiéndoles acceder en igualdad de condiciones equitativas a la distribución de los bienes materiales que forman parte del producto social” (Ib.), normalmente en manos de poliarquías y grupos minoritarios.

La literatura, comprometida con la existencia humana, --no la que responde a una ideología o sistema--, jamás surgirá desde la academia o desde una cómoda cátedra universitaria, ni mucho menos de escritores elitistas, voz y bandera del neoliberalismo, hoy esa literatura, amparada en centros académicos, no es más que elucubración mental fallida, intentos errados de aprehensión de lo cotidiano. En cambio, la literatura nacida al calor o sin sabor de la vida, agitada por una y mil contradicciones, es mordaz, porque nace de un espacio real, vedado y oculto para los academicistas, como es la cotidianidad. Un texto cartonero viaja cómodo en un trufi o táxi trufi, espera paciente en una estación o terminal de buses, puede ser releído... ¿Acaso, Noches Vacías, en pocas páginas, no exhala, sufrimiento, frustración, pero al mismo tiempo, esperanza, baile y una realidad atolondrada por la exclusión social?

Ver:
1. "Sarita Cartonera"
2. Literatura cartonera y gestión cultural
3. Red cartonera
4. "Sarita Cartonera" por Jaime Vargasluna

mandragora cartonera
http://mandragorac.blogspot.com

Escrito por
Iván Castro Aruzamen

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