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Monday, July 21, 2008

Jean Franco-crítico literario: "El problema de la literatura de América latina es que tiene demasiado pasado"


Desde los 50 hasta los 70, la ficción de la región dio títulos magistrales. Ni local ni pintoresca, como se la quiso ver desde Europa, produjo historias universales que captaron lectores en el mundo entero.


Claudio Martyniuk.
cmartyniuk@clarin.com

De Juan Rulfo a Jorge Luis Borges, la literatura latinoamericana del siglo XX desplegó un esplendor que la hizo universalmente reconocible y le permitió sumar millones de lectores de las más diversas procedencias.

Ese atractivo hizo que, en la década de 1960, el crítico literario Jean Franco se entregara a su estudio y persistiera desde entonces convirtiendo a cientos de alumnos a su causa. En Buenos Aires acaba de dictar, junto a Jean Lemogodeuc, el seminario "La novelística hispano americana: historia de una emancipación", en el Centro Franco-Argentino de Altos Estudios de la UBA.



En su última visita a la Argentina, Mario Vargas Llosa consideró que hay una división de trabajo en el campo intelectual. América latina produce escritores, pero no puede producir pensadores. ¿Usted coincide?

Como sucede muchas veces con Vargas Llosa, sus afirmaciones son más brillantes que verdaderas. Con el término pensadores se refiere, probablemente, a toda la reflexión teórica y crítica. Los creadores estarían en el campo de la ficción, de la imaginación. Pero creo que México, Argentina, Colombia, Perú han producido también grandes pensadores. No veo que exista esa dicotomía. Es verdad que en América latina se ha tenido muchas veces la propensión a esperar de Europa o de Estados Unidos pensamientos novedosos, pero no creo que esa afirmación sea hoy valedera.



Hay un estereotipo que pesa sobre la literatura latinoamericana. ¿Se puede englobar a toda la literatura de esta región bajo la marca del realismo mágico?

El concepto de lo real maravilloso fue acuñado por Alejo Carpentier, en 1949, en el prólogo de El reino de este mundo, y es un comodín. En realidad, creo que se aplica sobre todo a países de mestizaje indígena y europeo. El concepto es válido, pero quedan fuera de él tantas obras como las que caben dentro. Así que no hay que tomarlo al pie de la letra. Es, insisto, un comodín que funcionó muy bien en Europa para entender algunas cosas de la literatura latinoamericana. Pero que acabó sirviendo para creer que cualquier texto que se producía aquí era realismo mágico. El problema de los críticos es que tenemos tendencia a encajonar, a poner rótulos, y luego a encajar a toda costa a todos. Pero afortunadamente, el campo de la ficción, de la imaginación, es infinito. Y en la Argentina, en particular. Así que es mejor rechazar esas etiquetas -sobre todo las que indican exotismo- que intentan explicar todo.



No le pido etiquetas entonces. Pero, ¿la producción literaria argentina es más universal que localista?

Esa dicotomía es otro falso problema. Aunque para Argentina es todavía más claro el asunto, tomemos a Rulfo como ejemplo: Pedro Páramo. Se deben de haber vendido veinte millones de ejemplares en el mundo, e incluso se ha leído en China y Japón. Y gente que nunca ha pisado tierras de Jalisco queda fascinada. Porque la historia de Pedro Páramo es universal. Los mexicanos quieren que esté arraigada en su terruño, pero es absurdo, porque la leen en Noruega y en Tanzania con el mismo interés y comprensión. Al fin y al cabo, las obras que quedan son las que son universales de por sí, porque plantean problemas de la humanidad en general. Lo local que no es adorno ni pintoresquismo es universal, en la medida que afecta a lo humano. Si un texto argentino vale, no es porque describa las costumbres de la pampa -Güiraldes, por ejemplo-, sino porque ciertas costumbres de la pampa trascienden el localismo y se abren a lo universal.



Dado que es experto en literatura latinoamericana, no podemos obviar el famoso boom. ¿Qué idea tiene de él a la distancia?

Ese cuarto de siglo excepcional de la literatura latinoamericana, del 45 al 70, llevó a que los españoles acuñaran la idea de literatura del boom, porque no entendían qué pasaba. Se sentían defraudados con ellos mismos, porque no tenían la misma calidad en sus obras. Por eso decían que el boom era un fenómeno editorial, mercadotecnia antes que literatura pura. Es absurdo, porque de repente, sin que nadie pusiera el dedo, ni decidiera, se encontraron unos cuantos escritores de talento excepcional.



¿La nacionalidad incidió en el éxito comercial de las obras latinoamericanas?

En esa época, ser argentino, mexicano o cubano ayudaba más que ser ecuatoriano o uruguayo, por el nivel de difusión. Pero yo fui muy amigo de Juan Rulfo, y él me comentó que cuando sale El llano en llamas, en 1953, el Fondo de Cultura Económica imprime quinientos ejemplares. Y era la tirada de la época. Pedro Páramo, en el 55, tuvo su tirada de quinientos ejemplares. El llano en llamas, en 1953, vendió diez ejemplares. Rulfo regaló los cuatrocientos noventa ejemplares restantes. Después, Carlos Fuentes, que era un comunicador de primera, escribió un artículo sobre Rulfo y a partir de ahí Pedro Páramo y El llano en llamas empiezan a reeditarse cada año. Los fenómenos de superficie económica cuentan mucho, pero al fin y al cabo los buenos textos acaban trascendiendo.



Los prosistas latinoamericanos se destacaron, pero ¿qué pasó con la poesía?

En poesía es verdad que se destacaron un poco menos, pero así son los azares de la existencia. Es que la poesía es algo más lento, pero quizá más permanente. Al fin y al cabo, después de la tríada mágica César Vallejo-Pablo Neruda-Octavio Paz, con la figura tutelar de Rubén Darío, ¿qué más se puede pedir?



Cuando en la Argentina aparece, en el siglo XIX, el Martín Fierro, en Francia, Rimbaud presenta su Temporada en el infierno y en los Estados Unidos, Whitman escribe Canto a mí mismo. ¿Fue un anacronismo?

Sí, sí, totalmente. Pero es que en la literatura no hay linealidad sino vaivenes, altibajos, regresos. Es común recurrir a la idea de generación para englobar autores: la generación del 10 al 20, la del 20 al 30... Eso es absurdo, porque en la misma generación aparecen escritores que tienen treinta años de adelanto, y otros, treinta de retraso. Siempre es difícil poner fronteras. Lo único que es cierto es que no se puede escribir hoy como en 1850. O que después de Cortázar y Borges, no se puede escribir como antes que ellos. Sería absurdo.



¿Por qué obtuvieron reconocimiento tantos autores latinoamericanos juntos?

Siempre se ha dicho que la literatura rusa tuvo su momento histórico; también la literatura norteamericana, en el segundo cuarto del siglo XX. Y luego, en el tercer cuarto de siglo, la literatura latinoamericana alcanzó su epoca de oro. Nadie puede explicar por qué sale a flote al mismo tiempo toda una serie de escritores con un talento excepcional y que, coincidentemente, tienen perspectivas, preocupaciones, ambiciones del mismo tipo. Luego de ese lapso, en Francia los editores siguieron aprovechando el rótulo realismo mágico para promover a escritores que ya no valían lo que los anteriores. Por eso hubo reacciones decepcionadas de los lectores franceses que se precipitaban a esos textos, pero advertían que ya no eran como los de Cortázar, los de Borges, ni los de Bioy Casares.



¿Qué encontraban esos lectores franceses en los textos latinoamericanos? ¿Por qué usted se volcó a la literatura latinoamericana en su vida académica?

Yo llego a la edad adulta en los 60, un momento muy importante. Los 60, para Europa, y para Francia en particular, es la época de la descolonización -a pesar de los gobiernos franceses-, del Tercer Mundo y de la formación de una conciencia más universal. De repente, en Europa -no sólo en Francia- se despierta un interés por los países africanos, pero mucho más por todo lo latinoamericano. Hay una especie de ilusión y efervescencia por el Che Guevara, "El cóndor pasa" y la Revolución Cubana. Mi generación creció con todo esto. Piense que soy de la generación del '68, con muchas utopías, muchos ideales. Además, en Francia siempre hubo una simpatía natural hacia los países latinoamericanos.



Su canon de literatura latinoamericana, ¿qué textos incluiría?

Cien años de soledad en primer término. Luego Rayuela y Los ríos profundos de Arguedas, Ficciones de Borges, por supuesto. Y La ciudad y los perros de Vargas Llosa, que es insuperable. De Onetti, El astillero. Es una lista impresionante. El problema de la literatura de América latina es que tiene demasiado pasado. Después de elegir estos títulos, es difícil encontrar otros de esa talla en el presente, ¿no?



¿No destacaría ninguno de las últimas décadas?

Creo que la literatura de la región se ha estancado. Tengo la impresión de que hay la repetición de fórmulas. Hay escritores de gran talento, no cabe duda. Pero no he repetido, en los diez o quince últimos años, la emoción que me produjeron los libros de esa época de oro.

Copyright Clarín, 2008.

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